La lucha continúa.
- Wilmer Ogaz
- 28 nov 2017
- 3 Min. de lectura

En el mundo cerca de 37 millones de personas son portadoras del VIH, y aunque la mayoría de casos se reportan en África, donde el acceso a la información y tratamiento es muy limitado, el año pasado en Europa se registraron 160 mil nuevos contagios, demostrando que la epidemia sigue latente y se expande a un ritmo alarmante.
Cualquier muestra de activismo debe ser desafiante y retadora si es que desea producir una reacción, de lo contrario se perdería en el imaginario colectivo, para Robin Campillo director de “120 latidos por minuto” el tema no es problema porque lo domina a la perfección.

El drama situado a principios de la década de los 90 retrata el intenso y emocionante trabajo de un grupo de jóvenes parisinos pertenecientes a la asociación ACT UP —vocablo formado por AIDS Coalition to Unleash Power (Coalición del SIDA para desatar el poder)— que luchan por la visibilidad de los enfermos en un contexto político en contra del sistema, la indiferencia social y la industria farmacéutica.

En la pasada edición del Festival de Cannes fue galardonada con el Gran Premio del Jurado, la Queer Palm, el premio François Chalais y el FIPRESCI, también fue distinguida como mejor película en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián y además es la selección de Francia para competir por el Oscar el siguiente año.
A pesar de que han pasado más de 30 años desde los primeros casos de SIDA, esa rara enfermedad que se convirtió en pandemia, a la que pronto amalgamaron prejuicios, tabúes y vergüenza, “120 latidos por minuto” sirve como crudo recordatorio para revitalizar el combate pues el virus sigue siendo un padecimiento crónico en nuestros días.

La historia que profundiza este espíritu es un ejercicio social contado con maestría, con la destreza de alguien que rememora los hechos como si hubiera estado ahí, y es que Campillo, director francés de origen marroquí fue activista dentro del grupo ACT UP en los noventa, razón por la cual la película con tintes de documental retrata fehacientemente las largas horas de asamblea en donde los militantes discuten las mejores estrategias para lanzarse en contra de los grandes sistemas aún a pesar de algunas diferencias de temperamento y opinión, la fuerza se hace notar cuando el grupo irrumpe en actos oficiales de gobierno, lo mismo que en juntas de consejo de las grandes farmacéuticas lanzando sangre falsa para hacerlos reaccionar y que sientan el miedo ante aquella incertidumbre corrosiva.

Dentro de aquella tormenta, entre lo inverosímil de la conciencia y la sucia realidad se encuentra la fuerza motriz de la historia, la relación afectiva entre el enérgico Sean Dalmazo —interpretado por el magnífico argentino Nahuel Pérez Biscayart— y el recién llegado Nathan —Arnaud Valoisc— quienes son acompañados por otra guerrera llamada Sophie —Adèle Haenel, ganadora del premio César en dos ocasiones— y Thibault —Antoine Reinartz— a manera de antagonista complementando el sólido equipo.
Si bien el espectador es testigo de la lucha y esfuerzos por exponer una dura verdad desde la elegante perspectiva francesa es imposible no recordar otros filmes como: ‘‘Un corazón normal’’ de 2014 dirigida por Ryan Murphy y escrita por Larry Kramer, pero desarrollada en Nueva York, ‘‘Philadelphia’’ de 1993 de Jonathan Demme, o ‘‘Test’’ de 2013 del director Chris Mason Johnson ambientada en San Francisco de 1985, todas ellas compartiendo el mismo sentimiento de miedo e impotencia.

Y es que hablar abiertamente del SIDA siempre resulta incómodo y hasta cierto punto polémico, sexo y perversión siempre venden, pero el filme va más allá de las escenas de cama, y es superada por lo natural de las emociones representadas en cada uno de sus jóvenes protagonistas que, alejados del drama, sitúan a la enfermedad en un plano real, y ante cualquier cursilería los comentarios irónicos y burlescos se hacen presentes para aminorar los males. Una de las metáforas que fotografían esta ambivalencia es cuando los cuerpos agitándose sin control en una noche de fiesta, el sudor combinado con el polvo forman extrañas figuras microscópicas agrandadas gracias a la magia del cine, representan la efervescencia de los chicos bailando al ritmo de Smalltown Boy de la banda Bronski Beat revelando la infección tras esos acordes cargados de vida.
Tras la tragedia, la muerte en lugar de destruirnos con el dolor de la ausencia nos obliga a seguir luchando sin importar la bandera o la ideología, recordándonos que todos los seres humanos somos libres para disfrutar y amar. El filme conmemora de manera contagiosa la lucha, rompiendo etiquetas, celebrando la vida y haciendo que el corazón lata a mucho más que 120 beats por minuto.
La cinta tendrá su estreno en salas mexicanas el próximo 1 de diciembre, coincidiendo con el Día Internacional de la Lucha contra el VIH/SIDA.