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Entre el deber y el deseo: Desobediencia.

Foto del escritor: Wilmer OgazWilmer Ogaz


Nunca antes el amor había resultado tan incómodo, con tres personajes explorando los límites de la fe, el amor y la sexualidad.

La lucha por la libertad es el elemento clave en la película Desobediencia, el último largometraje de Sebastián Lelio, adaptación del libro homónimo de Naomi Alderman, cuenta la historia de Ronit Krushka —Rachel Weisz— una fotógrafa exiliada en Nueva York, que tras enterarse de la muerte de su padre, un importante rabino, decide enfrentar sus miedos y regresar a Londres, al corazón de una comunidad judía ortodoxa donde creció, para rendirle respeto. A su llegada busca a su amigo Dovid —Alessandro Nivola— quien inmediatamente le ofrece morada en su hogar. La sorpresa se vuelve mayúscula cuando se entera que está casado y su esposa es Esti —Rachel McAdams— un viejo amor de su adolescencia; sin embargo la familia y algunos miembros de la comunidad intentarán sofocar la llama retrasada de su pasión.


Después de Gloria (2013), y del éxito internacional de Una mujer fantástica (2017), Lelio acapara nuevamente la atención con dos increíbles mujeres, que enriquecen el filme con su infinita capacidad, además de belleza: Weisz y McAdams. Una contenida por el luto y el rechazo al que una vez fue expuesta, se contrapone con el grito callado y sumiso de una esposa que se ha olvidado de vivir. El duelo entre ambas actrices merece una ovación, sin mencionar la química que se destila en sus escenas más íntimas.


Nadie que se atreva a descubrir sus secretos, queda exento de sonrojarse en Desobediencia, que no pasa desapercibida por ningún sitio. La lucha emocional de Ronit y la carga sexual de Esti, reservada durante años, reaviva el amor. Así cuando por fin se entregan al deseo, las mujeres se transforman en niñas, explorando cada espacio de sus cuerpos en una experiencia sensorial sumamente elegante.


El interés de Lelio por llevar las premisas de sus protagonistas al extremo, y mostrarlas fuertes, no desobedece a sus propósitos. En Desobediencia la lucha incluye el sacrificio de la fe, pero el desacato no mata la solemnidad, y mucho menos lo hace el amor. La religión judía es tratada con respeto, y el triunfo, por decirlo de alguna manera, sucede cuando en complicidad los tres personajes —Esti, Ronit y Dovid— sellan en un largo abrazo, la reconciliación de sus diferencias, y contra toda atadura, dejar que el inmenso mar de emociones fluya libremente. Una vez más queda demostrando que el respeto es un peldaño que se encuentra muy por encima de la aprobación social.


 
 
 
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