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Castillos, toritos y una herencia infinita.

Foto del escritor: Wilmer OgazWilmer Ogaz

Dos festividades sostienen la vida de los habitantes de Tultepec, en el Estado de México, y los fuegos artificiales están ahí para iluminarlas. Castillos altísimos y toros gigantes de papel maché explotan durante 10 días para honrar a San Juan de Dios, su patrono, y de paso pedir su amparo para que ningún chispazo les alcance.


Es el documental ''Pólvora y gloria'' del berlinés Viktor Jakovleski, estrenado en el Festival de Cine True/False de Columbia, Missouri, y traído a México por la gira Ambulante 2017, fue la cinta que inauguró el Festival Internacional de Cine de Guanajuato ese mismo año, y con esa chispa, su paso por distintos festivales a nivel internacional se ha corrido como la pólvora. La historia sigue a Santi, un niño obligado a vivir la tradición de su familia en la capital nacional de la pirotecnia. Una ojeada al inminente choque de realidad y los sueños que apenas comienzan.

El agasajo visual de los fuegos artificiales detonando en cámara lenta con una dramática, intensa y portentosa música de fondo, se antoja por unos instantes, casi como lo que dura una de sus coloridas chispas, a vivir la experiencia. Gracias a Jakovleski podemos sentirnos parte de la euforia sin sufrir ninguna quemadura, aunque él no corrió con esa misma suerte, pues durante la grabación fue golpeado por un toro ocasionándole un desgarre del ligamento en la rodilla.


Muy lejos de lo ostentoso de sus imágenes, bajo el polvo que levanta el viento antes de lanzar una leve llovizna, se esconde un extraño dogma, tan profundo como las raíces de los tules que cobijaron aquella tierra sulfurosa. No hay contradicción que valga, el asunto es multigeneracional, y la tradición debe perpetuarse. ¿Cuántos sueños se habrán sofocado? Incontables serán las mentiras que se han tragado, sin chistar, las nuevas generaciones por otros de mucha edad, que también fueron embaucados por aquellos, azorados, que decidieron creer en ellas. Bajo las cenizas inocentes de quien no sabe hacer nada más que jugar al químico, se pierden en el colador los ideales, que construidos artesanalmente, hubiesen brillado mucho más alto y por más tiempo en otra vida paralela. Pero en el fondo no importa lo contado, importa que se hace con todo lo que suena fantástico e irreal. Aunque en una tierra donde en cualquier dirección se lee: PELIGRO, no quedan muchas ganas de aceptar lo que eres y correr por lo que quieres.



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