
"No finjas que haces todo bien", le replica una atractiva y rubia mujer a su hermano cuando le cuestiona su corrupta y disipada vida en el desesperanzador relato sureño «El diablo a todas horas» —cuyo título original es The Devil All the Time— historia adaptada por Antonio Campos, y su hermano Paulo para Netflix. Basada en la novela homónima de Donald Ray Pollock, cuenta con un ensamble de lujo: Tom Holland, Robert Pattinson, Bill Skarsgard y Sebastian Stan, en ese orden, con roles sumamente bien logrados, soportados a su vez por Eliza Scanlen, Haley Bennett y Riley Keough, para desatar una falsa tormenta de fe que se extenderá por veinte años.
Una robusta voz nos introduce en un thriller de posguerra durante 138 minutos de rebasada crueldad y falsos profetas alejados de la mano de Dios. Alguien que sin duda parece conocer a todos los habitantes de aquel olvidado pueblo de Knockemstiff, en Ohio. Es nada más y nada menos que el autor del libro. El drama sigue a Willard Russell —interpretado por Bill Skarsgard— un veterano de guerra que emprende el regreso a casa para echar raíces, o al menos es lo que desea. Atormentado por sus crímenes, y un revés del destino que pone en peligro a su nueva familia, comienza por fin a orar, obligando a su pequeño hijo Arvin a hacer lo mismo para implorar un milagro. Padre e hijo, son el hilo conductor de este drama. Cuando el niño queda atrás, aparece entonces Tom Holland para interpretar a Arvin en su versión adolescente. Ahora sin llanto y sin risa, como protector de su abuela, su tío y de Leonora —Eliza Scanlen— otra huérfana de su misma edad a la que ama y considera su propia hermana.
Con Leonora, las habas se cuecen aparte. Su historia comienza casi al principio del metraje cuando la abuela Emma jura ante Dios que, si su hijo Willard regresa de una sola pieza, lo desposará con Helen —Mia Wasikowska— otra alma que se ha quedado sola en el mundo. La promesa al final no se cumple, pues Willard se enamora de una mesera y ella hace lo propio con Roy, un fanático religioso miembro de la iglesia del pueblo. Fruto de aquel ciego amor, nace una indefensa niña llamada Leonora, que parece haber heredado la devoción de sus padres. Pero las buenas intenciones nunca son suficientes, en el camino existen personas de mala entraña, lobos disfrazados de oveja como el nuevo reverendo Preston Teagardin —camaleónico y siempre formidable Robert Pattinson— que embelesa a los feligreses con discursos radicales y sus aires de dandy, lleno de anillos y escarolas en la camisa. Su pasatiempo favorito es seducir a las jovencitas en el nombre del señor ayudado de su Chevy último modelo. No es de extrañar que Leonora fuera presa fácil.

Debajo de Pennywise, hay un hombre a la altura de cualquier circunstancia e interpretación, a pesar de haber declarado que se sentía un poco abrumado al compartir el set con Pattinson y Holland, Skarsgard se deshace del maquillaje para dejar al descubierto el alma de un padre atormentado por la guerra de Vietnam, y en efecto, no estar a la altura, pero para su esposa e hijo en la ficción. Con Pattinson ha sucedido lo mismo, pero le ha costado deshacerse del brillo que le dejó Edward Cullen para forjar una sólida y prolija carrera. A pesar de sus elecciones bastante precisas de filmes independientes, que le han valido el reconocimiento del público, no siendo así con la crítica internacional. Con el consentido de Marvel, Holland no había tenido la oportunidad desde «Lo imposible» en 2012, para gritarle al mundo que es mucho más que Spider-Man, que manera de esquivar las maldiciones del destino, sin perder el enfoque. Un trío soberano.
Alerta SPOILER.
Arvin que camina sin rumbo y sin fe, descubre las artimañas del falso predicador y lo encara detrás de un viejo revólver, propiedad de su padre y ahora del vástago por regalo de su tío, robándole la vida en un santiamén. El impulsivo suceso, apenas será el comienzo del viacrucis de Holland, pues siempre parece atraer la fatalidad. En su huida, pide aventón en la carretera. El carro que se detiene, curiosamente es otra mesera, Sandy —interpretada por Riley Keough— quien fuera compañera de su madre, ahora casada con Carl —Jason Clarkecapo— un criminal de media pinta. Juntos se dedican a recoger autostopistas para obligarlos a posar sugestivamente con la camarera, y capturar instantáneas post mortem para su deleite. El juego serial no dura mucho por fortuna, o desgracia, Arvin será el último en subir al auto. El policía que sigue la pista de los decesos del reverendo y de la pareja de asesinos seriales, es Lee —Sebastian Stan— hermano de Sandy, el mismo que años atrás también registrara el suicidio del padre de Arvin.

Todo está conectado. Ya lo decía Sophia Loren en su libro autobiográfico: "Las cosas que hacemos o que dejamos de hacer por los demás pueden tener repercusiones mucho más importantes de lo que creemos". Y es que la memoria se hereda, pero el alma no. Con todo y las denuncias sobre las detestables mañas de aquellos que utilizan el nombre de Dios para satisfacer sus instintos más bajos, la enseñanza de esta parábola endiablada, nada tiene que ver con la fe. Las batallas son otras, y como todo en esta vida, la justicia le llega a cada uno de sus personajes más pronto que tarde.
Pareciera que muchas cosas siguen intactas desde 1957, y todo lo acontecido en Knockemstiff, al sur de Ohio, simplemente expandió su radio de acción. No hay fronteras para la maldad. La vida ahora corre de prisa, y el mundo parece envejecer más y más rápido con catástrofes, incertidumbre, asesinatos, estrés, suicidios, violaciones y crueldad a tope. «El diablo a todas horas» es un tratado perfecto, desde distintos ángulos, sobre las maneras de encarar la vida. Cada uno desde su temperamento, otros desde su realidad, muchos con la semilla vacía, otros con mucha vida por florecer.
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