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I'm Thinking of Ending Things.

Foto del escritor: Wilmer OgazWilmer Ogaz

Actualizado: 13 sept 2020

Ahora que el confinamiento se relajó, y los prisioneros por fin pueden salir a librar la nueva normalidad, Netflix estrenó «Pienso en el final» —I’m Thinking of Ending Things, título original— una película para recordarnos que todo el aburrimiento, confusión, frustración y enojo cocinados durante situaciones al límite, pueden estallar en cualquier momento como si se tratase de una olla exprés.


Pero si los sentimientos antes mencionados no fueran suficientes, existe la posibilidad de navegar entre los laberintos de la mente para desenmarañar otros, y aunque suene complicado, llevar esas bifurcaciones a la pantalla grande resultaría una aventura imposible de conseguir. Muchos directores no han salido bien librados, en cambio para Charlie Kaufman —escritor de «Cómo ser John Malkovich» (1999), «Eterno resplandor de una mente sin recuerdo» (2004) y «Anomalisa» (2015)— esto no representa problema alguno, pues es una de sus marcas personales.


En «Pienso en el final» Kaufman suelta todo aquello en distintos toboganes que convergen en una helada, gigantesca y redonda alberca. La historia sigue a Jake —Jesse Plemons—  y su novia —estupenda Jessie Buckley— unas veces llamada Lucy, otras Louisa, otras Lucía con acento italiano y hasta Amy, pero en los créditos podemos ver que tan solo es la mujer joven. Llevan poco saliendo, el tiempo suficiente para que Lucy conozca a sus suegros. Hay que apresurarse para llegar a la granja donde viven pues se avecina una tormenta de nieve que pareciera presagiar aquel desencuentro. El monótono trayecto en coche provoca que la mujer, busque dentro de su cabeza la forma de romper con su gentil pareja, todo, para reconsiderar su vida entera.


El comienzo no dice mucho, aunque podamos escuchar sus más oscuros pensamientos, los males mentales comienzan cuando llegan a su destino. El hasta ahora drama, comienza a inclinarse hacia el terror, Toni Collete y David Thewlis, como los padres de Jake, se encargarán de escarchar el truculento encontronazo.


Inspirado en la novela homónima más vendida de Iain Reid, Kaufman se vale de toda su artillería para vendernos un fresco y novedoso coctel de autor, muy similar a «Madre!» de Darren Aronofsky. El viaje de Lucy desata sus peores miedos y a las dudas sobre su novio, se suman otras sobre ella misma. ¿Es una mesera, una estudiante, física o pintora? Nada parece convincente, salvo sus pensamientos cargados de verdad, que parecen sacudirnos los propios: ‘‘Puedes decir o hacer cualquier cosa, pero no puedes fingir lo que piensas’’ sentencia la mujer joven. Es una alegoría al amor que representa fielmente los absurdos y exageraciones de la mente de su autor. Vaya manera de desdoblar los sueños, ideales, frustraciones y miedos de Jake y Lucy, una muy buena estrategia para vernos reflejados —sin importar si tienes o no, una relación— en las tribulaciones de sus personajes.


El resultado, un universo paralelo en lo que todo es posible: saltos en el tiempo, poesía, parodias, musicales, guiños al cine y hasta filosofía. ‘‘Es trágico que pocas personas posean su alma antes de morir. Nada es más raro en cualquier hombre, dice Emerson, que un acto propio. Y es bastante cierto. La mayoría de las personas son otras personas. Sus pensamientos son las opiniones de otra persona, sus vidas una imitación, sus pasiones una cita. Esa es una cita de Oscar Wilde’’ remata en otro momento. Incluye hasta una dura crítica al neuromarketing con el single de Tulsey Town, ¿quién en su sano juicio querría comerse un gigantesco blizzard de oreo a mitad de una nevada? Y es que no se puede obligar al público a creer o sugerir algo con lo que no comulga. Como en cualquier laberinto, no importa cuántas veces se siga el mismo camino, siempre habrá una manera diferente para encontrar la salida. Quizá en una segunda vuelta los cabos sueltos puedan unirse, y la posibilidad de reencontrarse vea por fin la luz. Pienso en el final y creo que todo —soledad, aislamiento y una honda melancolía— tan solo viven en la imaginación.



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