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Silver Lake: El orden en medio del caos.

  • Foto del escritor: Wilmer Ogaz
    Wilmer Ogaz
  • 20 jun 2019
  • 3 Min. de lectura

El norteamericano David Robert Mitchell regresa con «El misterio de Silver Lake», su tercer largometraje digno contendiente a la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes 2018. Aunque no es la primera vez que Mitchell compite en la semana de la crítica, en 2010 lo hizo con «The Myth of American Sleepover» y en 2014 con el éxito taquillero «It Follows».


Una noche mientras dos amigos se divierten bebiendo cerveza y espiando a una chica con un dron, inquieto, se pregunta uno de ellos dónde se consiguen esos juguetes. Su compañero naturalmente responde: ¿Dónde más? En Amazon. Reafirmando el sentido cuasi millennial de esta fábula hipnótica.


Un barrio hípster de Los Ángeles enmarca la desparpajada vida de Sam —interesante Andrew Garfield— un treintañero con suficiente tiempo libre que por fin consigue algo que hacer cuando descubre a una misteriosa mujer nadando en la piscina del conjunto habitacional donde vive. Después de una ligera pero fructífera plática con Sarah —interpretada por Riley Keough— termina acurrucado en su cama viendo a Marilyn Monroe en la película de 1953 «Cómo casarse con un millonario», una romántica velada interrumpida por las roomies de la misteriosa mujer. Con la promesa de que se verán a la tarde siguiente, puntual a su cita, Sam descubre que se ha marchado, por lo que recorrerá la icónica ciudad de los sueños en búsqueda de su mujer ideal.


En sentido estricto «El misterio de Silver Lake» encaja dentro del cine negro, sin embargo, David Robert Mitchell decide mezclar todo tipo de géneros para homenajear a grandes directores como Alfred Hitchcock, David Lynch y Roman Polanski, quienes han servido de referencia para edificar estimulantes historias que van del thriller al drama, y del horror a uno que otro musical. «El misterio de Silver Lake» y su estética hiperrealista sale avante a lo largo de 140 minutos, inundando de referencias pop y al cine de los años 20 —emulando algunas escenas de las grandes producciones— dando como resultado un ejercicio efervescente al más puro estilo millennial.


ALERTA: Spoilers


¿Cuántos secretos guardará Silver Lake? Sede del antiguo distrito de Edendale, ese místico y ecléctico lugar donde el mismísimo Charles Chaplin grabó alguna vez, y que hoy conforman Echo Park y Los Feliz junto con el lugar que da nombre a la cinta. Abonan al rompecabezas que Sam tiene treinta y tres años, tres son las muñecas que tiene Sarah, tres mujeres acosan (ladran) a nuestro protagonista, tres son las novias de Drácula —la banda que ameniza una fiesta llamada Jesus & the brides of Dracula— tres, siempre tres.


Los mínimos detalles están controlados minuciosamente, desde el cómic de Spider-Man que tiene Garfield en su mesa de centro, la polaroid de Sarah y la revista de Playboy que sirven de aliciente cuando se masturba y el juego de Mario Bros en el Nintendo, se suman leyendas urbanas como la mujer búho, que entra desnuda a las casas de los hombres para matarlos, el asesino de perros, y hasta la ardilla que presagia un desencuentro a la distancia para luego caer muerta a los pies del joven. El Observatorio Griffith, el compositor de canciones, todo, absolutamente todo tiene un significado, y así lo cree fervientemente Sam.


Qué nos habrá querido revelar Mitchell, ¿existe en realidad un código secreto escondido entre las mil capas de Silver Lake? Estamos frente una reinterpretación —descarada y absurda pero muy íntima— de la realidad; adentrarse en Silver Lake supone derribar las barreras de lo establecido para darle una oportunidad a lo fantástico, detestar un poco la modernidad haciéndole un guiño al pasado. Sigamos jugando como adolescentes a descubrir todas las respuestas de la vida ocultas en las películas, saborea la exquisitez de una galleta salada acompañada con jugo. Elegir vivir en una farsa o vivir buscando una respuesta, es tan solo una decisión que puede durar eternamente.



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