Enzo: El arte de rebelarse.
- Wilmer Ogaz
- 5 nov
- 3 Min. de lectura

¿Todo lo que nos incomoda permite definirnos? La nueva película de Robin Campillo, ‘‘Enzo’’, intenta explicarlo a través de la mirada de un chico francés con las ganas, el deseo, sudor, emociones y toda su juventud para intentar descubrir cuál es su lugar en el mundo.
Tal parece que en la Riviera Francesa las cosas no son tan diferentes para los centennials, no sólo en temas de descubrimiento sexual, sino en las oportunidades fruto de su clase social, que ayuda, impulsa o termina por hundirles. Algo así sucede con Enzo, un chico de dieciséis años nada convencional que tras rebelarse contra las expectativas de su adinerada familia, decide dejar la escuela para intentar convertirse en albañil. Para agregarle solidez al relato, en la construcción conoce a un carismático ucraniano que trastorna su mundo.
Vale la pena decir que crecimos en una generación privilegiada, aunque si sentías no encajar dentro de tu familia, había correctivos precisos propinados por los padres para hacerte entrar en razón. Una cachetada, encerrarte en tu cuarto sin comer, o cero permisos hasta nuevo aviso bastaban para hacerte recapacitar y acatar las órdenes que te imponían. Hoy en día las cosas son distintas, la crianza respetuosa no da espacio para todo lo anterior, y nuestro protagonista se encuentra bajo esta nueva modalidad. Pero para no entrar en debates innecesarios, su situación es sumamente particular, pues vive rodeado de lujos, y todas las oportunidades le son provistas con amor y respeto, para que la decisiones que tome sean totalmente suyas, aunque su padre no comparta sus ideales. Su madre, por otro lado, es comprensiva, bastante moderna, más empática y cercana con su hijo, cualidad que le da cierta ventaja.
Las cosas cambian cuando Enzo comienza a ver con otros ojos a Vlad, su compañero ucraniano, y decide poner manos a la obra a la fantasía. Para no spoilear, Vlad para en seco sus intenciones. Un acto digno de aplaudirse, porque cualquier otro gañán en su posición se hubiera aprovechado del menor. Y es justo aquí donde el grito desesperado de ayuda se hace presente: ¡Un chico de 16 años se está ahogando delante de nuestros ojos y no estamos haciendo nada para remediarlo! sentencia su padre sabiendo que algo no anda bien con su hijo, pero no sabe cómo ayudarlo.
Y es que no ser la versión que tus padres planearon para ti parece que es un duro golpe. No soy padre, así que lamento decepcionarlos al no poder comprobar la teoría, pero sí soy hijo y parece que los defraudé. Y aunque nuestro protagonista tiene la misma sensación, al menos tiene mucha claridad en su objetivo: Enzo quiere ser útil, no importante.
La búsqueda de identidad a temprana edad es un tema recurrente en el cine, pero Campillo no duda en explorarlo desde el privilegio, con resultados asfixiantes para nuestro adolescente. Aquí el carácter se construye a mano, por lo que el grito debe ser atendido de inmediato, antes de que endurezca y sea demasiado tarde. Como toda buena historia, las consecuencias de sus decisiones son reversibles. Las letras chiquitas, lo que se puede hacer a los dieciséis años muchas veces no se puede volver a hacer nunca más.
Las lecciones que nos deja Enzo son sencillas, somos lo que nos marca, y siempre debemos elegir lo que calme el alma, así se forja el carácter, no importa cuantas veces desertemos, lo importante es contar con una familia que te ayude a ver lo que a veces no advertimos.



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