
Desde Tijuana hasta Cancún nuestras costumbres nos distinguen, somos más que tradición, somos más que un buen tequila acompañado de mariachi en Tlaquepaque, México sabe a Chiapas en el café de las mañanas, y a veces picante como el chile habanero de Yucatán, pero otras veces es dulce como la vainilla de Papantla.
México es mucho más que la fusión del fogón azteca con el español, es mucho más que una tortilla dispuesta en fina talavera. Es un fiesta viva de muertos llena de música y fulgor. Somos fruto del mestizaje.

Y es que no necesitas ser mexicano para amar a México, su historia es querida y admirada tanto que rebasa fronteras. Desde tiempos ancestrales que se levantaban imponentes castillos de piedra, dando paso a la cantera de sus templos y catedrales poco a poco fueron abriéndose camino entre el concreto de sus calles, y como los ríos desbocados llegaron a los lagos entre los viejos cerros que resguardan celosos sus fascinantes pueblos mágicos.
No somos hermanos, somos paisanos. Pero tampoco somos indios, ni españoles, simplemente somos mexicanos.

Vivimos trabajando, bailando y cantando, nos reímos hasta de la muerte porque la vida del mexicano es una fiesta. México es una hermosura y cómo mi patria no hay dos, y eso, grábenselo bien, jamás nos lo van a poder robar los corruptos.
Ahora es cuando chile verde le has de dar sabor al cambio. Ya no somos un cliché ni paseamos con sombrero, ya no hay tiempo parar dejar las cosas para luego, es hora de reaccionar y despertar de nuestro letargo. Ya estuvo bueno, desvictimízate, México no es una novela.